El artista italiano Maurizio Cattelan se hizo famoso por sus obras controvertidas: un plátano pegado a una pared, inodoros de oro, patatas aplastadas y una escultura de Hitler rezando que se vendió por más de quince millones de dólares. Cada obra de Cattelan es una idea que interpela no tanto por el objeto, sino por lo que significa o por el contexto en el que se expresa. Cattelan era una máquina de generar ideas de este estilo y encargaba la realización manual de sus esculturas al francés Daniel Druet, por lo que le pagaba un precio que habían acordado. Luego firmaba la obra y la vendía a un precio mucho mayor. Druet sostenía que esto era una estafa, ya que él había esculpido las obras con sus propias manos. Cattelan, en cambio, afirmaba que la idea era suya y que Druet solo había seguido un encargo. En el corazón de la batalla judicial estaba la cuestión de cuán precisas habían sido las instrucciones para realizar las esculturas. Druet decía que él había resuelto casi todo. Cattelan argumentaba lo contrario. El galerista de Cattelan declaró en Le Monde «si Druet gana, todos los artistas serán denunciados y será el fin del arte conceptual». Tal vez atendiendo esta advertencia, el tribunal francés falló en contra de Druet y decidió que la obra era de quien había tenido la idea y la había expresado en palabras, no de quien la había ejecutado.