Este objetivo pronto se volvió en contra del primer ministro. Durante la campaña electoral de 2005, el elocuente Blair acabó balbuciendo frente a una votante corriente en un debate televisado. La queja de Diana Church era simple: después de la visita, su médico se había negado a darle una cita de seguimiento para la semana siguiente. «Tienes que pasarte tres horas al teléfono por la mañana intentando que te den una cita porque no te permiten pedirla antes», protestó mientras el primer ministro no podía hacer otra que quedarse estupefacto. Después, Diana explicó por qué. La señora Church y su médico detectaron el fallo que Blair había pasado por alto. Un médico puede maximizar las probabilidades de cumplir con el objetivo de dar una cita en cuarenta y ocho horas si no satura su agenda. Cualquier cita por adelantado es un obstáculo potencial a un caso urgente, de modo que se prohibieron las citas por adelantado. Los pacientes tenían que llamar a la clínica cada día, y esperar y rezar por que les dieran cita. Los que lo lograban, casi sin ninguna duda la tendrían en las siguientes cuarenta y ocho horas. Pero, los que no lo lograran, no quedarían registrados en el sistema porque no se habría dejado constancia de su petición. Había más posibilidades de que los médicos cumplieran el objetivo, pero la calidad del servicio cayó por los suelos.