Libro: El poder del desorden
La paradoja de la automatización, por lo tanto, tiene tres aspectos. En primer lugar, los sistemas automáticos favorecen la incompetencia porque son fáciles de usar y corrigen automáticamente los errores.
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Cualquier cosa lo suficientemente específica para que pueda ser cuantificada, probablemente es demasiado limitada para representar una situación compleja.
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Los dispositivos digitales evitan errores pequeños pero preparan el terreno para grandes errores
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Pero, puesto que el test de Apgar hacía posible una cuantificación estructurada, también tenía consecuencias no intencionadas.
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Igual que «¿Cuánto dinero ha pedido prestado un banco?» es una buena regla general siempre que los bancos no intenten satisfacer este objetivo, «¿Cuántos pacientes logran una cita en cuarenta y ocho horas?» es probablemente una buena regla general si los médicos no saben que les van a juzgar por ello. «¿Cuántas ambulancias llegan en menos de ocho minutos?» probablemente sea un buen parámetro para saber en qué estado está el servicio de ambulancias, siempre y cuando no quieran cumplir con el objetivo. Pero, tan pronto como convertimos la regla general en objetivo, se vuelve una fuente de distorsión.
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Cuando los jefes de los servicios de obstetricia empezaron a prestar atención a los resultados Apgar de sus médicos y comadronas, comenzaron a pensar como un director de una fábrica de pan que cuenta cuántas hogazas han quemado los panaderos —escribe Gawande—. Quieren soluciones para mejorar los resultados de cada empleado, desde el novato hasta el más veterano. Esto significa decantarse por la fiabilidad más que por la posibilidad de una perfección ocasional
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Cuanto mejor sea el sistema automático, menos práctica tendrán los operarios humanos y más inusuales serán las situaciones a las que se enfrenten.